CAPITULO
XVIII
DIOS
SE SIRVE DE LOS IMPÍOS y DOBLEGA
SU
VOLUNTAD PARA QUE EJECUTEN SUS DESIGNIOS QUEDANDO
SIN EMBARGO ÉL LIMPIO DE TODA MANCHA
1. Diferencia
entre hacer y permitir
Otra cuestión mucho más difícil
que ésta surge de otros textos de la Escritura, en los cuales se dice que Dios
doblega, fuerza y atrae a donde quiere al mismo Satanás ya todos los réprobos,
Porque el pensamiento carnal no puede comprender cómo es posible que obrando Dios
por medio de ellos no se le pegue algo de su inmundicia; más aún, cómo en una
obra en la que Él y ellos toman parte juntamente, puede Él quedar limpio de
toda culpa, y a la vez castigar con justicia a los que le han servido en
aquella obra. Y ésta es la razón de haber establecido la distinción entre hacer
y permitir, pues a muchos parecía un nudo indisoluble el que Satanás y los
demás impíos estén bajo la mano y la autoridad de Dios de tal manera que Él
encamina la malicia de ellos al fin que se propone, y que se sirva de sus
pecados y abominaciones para llevar a cabo Sus designios.
Con todo, se podría excusar la
modestia de los que se escandalizan ante la apariencia del absurdo, si no fuese
porque intentan vanamente mantener la justicia de Dios con falsas excusas y so
color de mentira contra toda sospecha.
Les parece que es del todo
absurdo que el hombre, por voluntad y mandato de Dios sea cegado, para ser
luego castigado por su ceguera. Por ello, usan del subterfugio de decir que
ello sucede, no porque Dios lo quiera, sino solamente porque lo permite. Pero
es Dios mismo quien al declarar abiertamente que Él es quien lo hace, rechaza y
condena tal subterfugio.
Que los hombres no hacen cosa
alguna sin que tácitamente les dé Dios licencia, y que nada pueden deliberar,
sino lo que Él de antemano ha determinado en sí mismo, y lo que ha ordenado en
su secreto consejo, se prueba con infinitos y evidentes testimonios.
Es cosa certísima que lo que
hemos citado del salmo: que Dios hace todo cuanto quiere (Sal.115,3), se
extiende a todo cuanto hacen los hombres. Si Dios es, como dice el Salmista, el
que ordena la paz y la guerra, y esto sin excepción alguna, ¿quién se atreverá
a decir que los hombres pelean los unos contra los otros temeraria y confusamente
sin que Dios sepa cosa alguna, o si lo sabe, permaneciendo mano sobre mano,
según suele decirse? Pero esto se verá más claro con ejemplos particulares.
Por el capítulo primero del libro
de Job sabemos cómo Satanás se presenta delante de Dios para oir lo que Él le
mandare, lo mismo que el resto de los ángeles que voluntariamente le sirven;
pero él hace esto con un fin y propósito muy distinto de los demás. Mas, sea
como fuere, esto demuestra que no puede intentar cosa alguna sin contar con la voluntad
de Dios. Y aunque después parece que obtiene una expresa licencia para
atormentar a aquel santo varón, sin embargo, como quiera que es verdad aquella
sentencia: "Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová
bendito" (Job 1,21), deducimos que Dios fue el autor de aquella prueba,
cuyos ministros fueron Satanás y aquellos perversos ladrones.
Satanás se esfuerza por incitar a
Job a revolverse contra Dios por desesperación; los sabeos impía y cruelmente
echan mano a los bienes ajenos robándolos. Mas Job reconoce que Dios es quien
le ha despojado de todos sus bienes y hacienda, y que se ha convertido en pobre
porque así Dios lo ha querido. Y por eso, a pesar de cuanto los hombre y el
mismo Satanás maquinan, Dios sigue conservando el timón para conducir sus
esfuerzos a la ejecución de sus juicios.
Quiere Dios que el impío Acab sea
engañado; el Diablo ofrece sus servicios para hacerlo, y es enviado con orden
expresa de ser espíritu mentiroso en boca de todos los profetas (l Re. 21,
20-22). Si el designio de Dios es la obcecación y locura de Acab, la ficción de
permisión se desvanece. Porque sería cosa ridícula que el juez solamente
permitiese, y no determinara lo que deseaba que se hiciese, y mandara a sus
oficiales la ejecución de la sentencia.
La intención de los judíos era
matar a Jesucristo. Pilato y la gente de la guarnición obedecen al furor del
pueblo; sin embargo, los discípulos, en la solemne oración que Lucas cita,
afirman que los impíos no han hecho sino lo que la mano y el consejo de Dios
habían determinado, como ya san Pedro lo habia demostrado, que Jesucristo había
sido entregado a la muerte por el deliberado consejo y la presciencia de Dios (Hch.
4, 28; 2,23); como si dijese: Dios - al cual ninguna cosa está encubierta -, a
sabiendas y voluntariamente había determinado 10 que los judíos ejecutaron.
Como él mismo confirma en otro lugar, diciendo: "Dios ha cumplido así lo
que había antes anunciado por boca de todos los profetas, que su Cristo había
de padecer" (Hch, 3, 18).
Absalón, mancillando el lecho de
su padre con el incesto, comete una maldad abominable; sin embargo, Dios afirma
que esto ha sido obra suya, porque éstas son las palabras con que Dios amenazó
a David: "Tú hiciste esto en secreto, mas yo lo haré delante de todo
Israel y a pleno sol" (2 Sm. 12.12).
Jeremías afirma también que toda
la crueldad que emplean los caldeos con la tierra de Judá es obra de Dios (JeT.
50,25). Por esta razón Nabucodonosor es llamado siervo de Dios, aunque era gran
tirano.
En muchísimos otros lugares de la
Escritura afirma Dios que Él con su silbo, con el sonido de la trompeta, con su
mandato y autoridad reúne a los impíos y los acoge bajo su bandera para que
sean sus soldados.
Llama al rey de Asiria vara de su
furor y hacha que Él menea con su mano. Llama a la destrucción de la ciudad
santa de Jerusalén ya la ruina de su templo, obra suya (1s.10,5; 5,26; 19,25).
David, sin murmurar contra Dios si no reconociéndolo
por justo juez, afirma que las maldiciones con que Semei le maldecía le eran
dichas porque Dios así lo había mandad o: "Dejadle que maldiga, pues
Jehová se lo ha dicho" (2 Sam.16, ll). Muchas veces dice la Escritura que
todo cuanto acontece procede de Dios: como el cisma de las diez tribus, la
muerte de los dos hijos de Eli, y otras muchas semejantes (1 Re. 11,31; I Sm.
2, 34).
Los que tienen alguna
familiaridad con la Escritura saben que solamente he citado algunos de los
infinitos testimonios que hay; y lo he hecho así en gracia a la brevedad. Sin
embargo, por lo que he citado se verá clara y manifiestamente que los que ponen
una simple permisión en lugar de la providencia de Días, como si Dios
permaneciese mano sobre mano contemplando lo que fortuitamente acontece,
desatinan y desvarían sobremanera; pues si ello fuese así, los juicios de Dios
dependerían de la voluntad de los hombres.
2. Dios tiene
dominio supremo sobre el corazón y el pensamiento de todos
Tocante a las inspiraciones secretas
de Dios, lo que Salomón afirma del corazón del rey, que Dios lo tiene en su
mano y lo mueve y dirige hacia donde quiere (Prov. 21, 1), sin duda alguna hay
que aplicarlo a todo el género humano, y vale tanto como sí dijera: todo cuanto
concebimos en nuestro entendimiento, Dios, con una secreta inspiración, lo
encamina a su fin. Y ciertamente, si Dios no obrara interiormente en el corazón
de lo'> hombres, no seria verdad lo que dice la Escritura: que Él priva de
la lengua a los que hablan bien, y de la prudencia a los ancianos (Ez, 7,26);
que priva de entendimiento a los príncipes de la tierra, para que se extravíen.
A esto se refiere lo que tantas
veces se lee en la Escritura, que los hombres se sienten aterrados cuando su
corazón es presa del terror de Dios (Lv. 26,36).
Asi David salió del campo de Saúl
sin que nadie lo sintiese, porque el sueño que Dios envió sobre ellos los habia
adormecido a todos (1 Sam. 26, 12). Pero no se puede pedir nada más claro que
lo que el mismo Dios repite tantas veces, cuando dice que ciega el
entendimiento de los hombres, los hace desvanecer, los embriaga con el espíritu
de necedad, los hace enloquecer y endurece sus corazones. Estos pasajes muchos
los interpretan de la permisión, como si Dios, al desamparar a los réprobos,
permitiese que Satanás los ciegue. Más como el Espíritu Santo claramente
atestigua que tal ceguera y dureza viene del justo juicio de Dios, su solución
resulta infundada.
Dice la Escritura que Dios
endureció el corazón de Faraón, y que lo robusteció para que permaneciese en su
obstinación. Algunos creen poder salvar esta manera de expresarse con una
sutileza infundada, a saber: que cuando en otros lugares se dice que el mismo
Faraón endureció su corazón, se pone su voluntad como causa de su
endurecimiento. Como si no se acoplaran perfectamente entre sí estas dos cosas,
aunque bajo diversos aspectos, que, cuando el hombre es movido por Dios, no por
eso deja de ser movido a la vez por su propia voluntad! Pero yo rechazo lo que ellos
objetan; porque si endurecer significa solamente una mera permisión, el
movimiento de rebeldía no sería propiamente de Faraón.
Mas, ¡cuán fria y necia sería la
glosa de que Faraón solamente consintió en ser endurecido!
Además la Escritura corta por lo
sano tales subterfugios al decir:
Yo endureceré el corazón de
Faraón. Otro tanto dice Moisés de los habitantes de la tierra de Canaán, que
tomaron las armas para pelear porque Dios había reanimado sus corazones (Éx.4,
21 ; Jos. 11,20).
Esto misma repite otro profeta:
"Cambió el corazón de ellos para que aborreciesen a su pueblo" (Sal.
105,25). Asimismo por Isaías dice Dios que enviará a los asirios contra el
pueblo que le había sido desleal, y que les mandará que hagan despojos, roben y
saqueen (ls.10,6); no que quiera que los impíos voluntariamente le obedezcan,
sino que porque ha de doblegarlos para que ejecuten sus juicios, como si en su
corazón llevasen esculpidas las órdenes de Dios; por donde se ve que se han
visto forzados como Dios lo había determinado.
Convengo en que Dios para usar y servirse
de los impíos echa mano muchas veces de Satanás; mas de tal manera que el mismo
Satanás, movido por Dios, obra en nombre suyo yen cuanto Dios se lo concede.
El espíritu malo perturba a Saúl
; pero la Escritura dice que este espíritu procedía de Dios, para que sepamos
que el frenesí de Saúl era castigo justísimo que le imponía
(1 Sam, 16,14). También de Satanás se dice que ciega el entendimiento de los infieles; ¿pero cómo puede él hacer esto, sino porque el mismo Dios - como dice san Pablo - envía la eficacia del error, a fin de que los que rehúsan obedecer a la verdad crean en la mentira?
(1 Sam, 16,14). También de Satanás se dice que ciega el entendimiento de los infieles; ¿pero cómo puede él hacer esto, sino porque el mismo Dios - como dice san Pablo - envía la eficacia del error, a fin de que los que rehúsan obedecer a la verdad crean en la mentira?
(2 Cor.4,4). Según la primera
razón se dice: Si algún profeta habla falsamente en mi nombre, yo, dice el Señor,
le he engañado (Ez. 14,9).
Conforme a la segunda, que Él
"los entregó a una mente reprobada, para hacer las cosas que no
convienen" (Rom. 1,28); porque Él es el principal autor de su justo
castigo, y Satanás no es más que su ministro. Mas, como en el Libro Segundo,
cuando tratemos del albedrío del hombre, hablaremos de esto otra vez, me parece
que de momento he dicho todo lo que el presente tratado requería.
Resumiendo, pues: cuando decimos
que la voluntad de Dios es la causa de todas las cosas, se establece su
providencia para presidir todos los consejos de los hombres, de suerte que, no
solamente muestra su eficacia en los elegidos, que son conducidos por el
Espíritu Santo, sino que también fuerza a los réprobos a hacer lo que desea.
3. Debemos
aceptar el testimonio de la Escritura
Siendo así, pues, que hasta ahora
no he hecho más que citar los testimonios perfectamente claros y evidentes de
la Escritura, consideren bien los que replican y murmuran contra ellos, qué
clase de censura usan. Pues si, simulando ser incapaces de comprender misterios
tan altos, apetecen ser alabados como hombres modestos, ¿qué se puede imaginar
de más arrogante)' soberbio que oponer a la autoridad de Dios estas pobres
palabras: Yo opino de otra manera; No quiero que se toque esta
materia? Pero si prefieren mostrarse claramente como enemigos, ¿de qué les
puede aprovechar escupir contra el cielo?
Este ejemplo de desvergüenza no
es cosa nueva, pues siempre ha habido hombres impíos y mundanos que, como
perros rabiosos, han ladrado contra esta doctrina; pero por experiencia se
darán cuenta de que es verdad lo que el Espíritu Santo pronunció por boca de
David: que Dios vencerá cuando fuere juzgado (Sal. 51,4).
Con estas palabras
David indirectamente pone de relieve la temeridad de los hombres en la excesiva
licencia que se toman, pues no solamente disputan con Dios desde el cenagal de
su indigencia, sino que también se arrogan la autoridad de condenarlo. Sin
embargo, en pocas palabras él advierte que las blasfemias que lanzan contra el cielo
no llegan a Dios, el cual disipa la niebla de estas calumnias para que brille
su justicia; por eso también nuestra fe - fundándose en la sacrosanta Palabra
de Dios – que sobrepuja a todo el mundo (1 Jn. 5,4), no hace caso alguno de
estas tinieblas.
No hay dos
voluntades contrarias en Dios.
Pues, en cuanto a lo primero que
objetan, que si no acontece más que lo que Dios quiere, habría dos voluntades'
contrarias en Él, pues determinaría en su secreto consejo cosas que
manifiestamente ha prohibido en su Ley, la solución es fácil. Mas antes de
responder quiero prevenir de nuevo a los lectores que esta calumnia que ellos
formulan no va contra mí, sino contra el Espíritu Santo, quien sin duda alguna
dictó esta confesión al santo Job: Se ha hecho como Dios lo ha querido (Job
1,21); y al ser despojado por los ladrones, en el daño que le causaron reconoce
el castigo de Dios.
¿Qué dice la Escritura en otro
lugar? Los hijos de Eli no obedecieron a su padre, porque Dios quiso matarlos (1
Sm.2,25). Otro profeta exclama que Dios, cuya morada es el cielo, hace todo lo
que quiere (Sal. 115,3). y yo he demostrado suficientemente que Dios es llamado
autor de todas las cosas que estos críticos dicen que acontecen solamente por
Su ociosa permisión. Dios atestigua que El crea la luz y las tinieblas, que
hace el bien y el mal, y que ningún mal acontece que no provenga de Él (Am. 3, 6).
Díganme, pues, si Dios' ejecuta sus juicios por su voluntad o no. Y al revés,
Moisés dice que el que muere por el golpe casual de un hacha, sin que el que la
tenía en la mano tuviese tal intención, este tal es entregado a la muerte por
la mano de Dios (Dt. 19,5). Y toda la Iglesia dice que Herodes y Pilato
conspiraron para hacer lo que la mano y el consejo de Dios habían determinado.
Y, en verdad, si Jesucristo no hubiese sido crucificado por voluntad de Dios,
¿qué sería de nuestra redención?
La voluntad de
Dios supera nuestra comprensión.
Ni tampoco se puede decir que la
voluntad de Dios se contradiga, o se cambie, o finja querer lo que no quiere,
sino sencillamente, siendo una y simple en Dios, se nos muestra a nosotros
múltiple y de diferentes maneras, porque debido a la corta capacidad de nuestro
entendimiento no comprendemos cómo Él bajo diversos aspectos quiera y no quiera
que una misma cosa tenga lugar.
San Pablo, después de haber dicho
que la vocación de los gentiles es un secreto misterio, afirma poco después que
en ella se ha manifestado la multiforme sabiduría de Dios (Ef. 3,10). ¿Acaso
porque debido a la torpeza de nuestro entendimiento parezca variable y multiforme,
por eso hemos de pensar que hay alguna variedad o mutación en el mismo Dios, como
si cambiara de parecer o se contradijese a sí mismo? Más bien, cuando no
entendamos cómo Dios puede querer que se haga 10 que Él prohíbe, acordémonos de
nuestra flaqueza y consideremos a la vez que la luz en que Él habita, no sin
causa es llamada inaccesible, por estar rodeada de oscuridad (1 Tim.6, 16).
Por tanto, todos los hombres
piadosos y modestos han de aceptar la sentencia de san Agustín: que algunas
veces con buena voluntad el hombre quiere lo que Dios no quiere; corno cuando
un hijo desea que viva su padre, mientras Dios quiere que muera. Y al
contrario, puede que un hombre quiera con mala voluntad lo que Dios quiere con
buena intención; como si un mal hijo quisiera que su padre muriese, y Dios quisiera
también 10 mismo.
Evidentemente el primer hijo
quiere lo que Dios no quiere; en cambio el otro quiere lo mismo que Dios. Sin
embargo, el amor y la reverencia que profesa a su padre el que desea su vida,
está más conforme con la voluntad de Dios - aunque parece que la contradice -,
que la impiedad del que quiere lo mismo que Dios quiere.
Tanta es, pues, la importancia de
considerar qué es lo que está conforme con la voluntad de Dios, y qué con la
voluntad del hombre; y cuál es el fin que cada una pretende, para aceptarla o
condenarla.
Porque lo que Dios quiere con
toda justicia, lo ejecuta por la mala voluntad de los hombres. Poco antes el
mismo san Agustín había dicho que los ángeles apóstatas y los réprobos, con su
rebeldía habían hecho, por lo que a ellos se refiere, lo que Dios no quería;
pero por lo que toca a la omnipotencia de Dios, de ninguna manera lo pudieron
hacer, porque al obrar contra la voluntad de Dios, no han podído impedir que
Dios hiciera por ellos Su voluntad. Por lo cual exclama: ¡Grandes son las obras
de Dios, exquisitas en todas sus voluntades! (Sal. 111,2); pues de un modo maravilloso
e inexplicable, aun lo mismo que se hace contra su voluntad no se hace fuera de
su voluntad; porque no se haría si Él no lo permitiese; y, ciertamente, Él no
lo permite a la fuerza o contra su voluntad, sino queriéndolo así; ni Él,
siendo bueno, podría permitir cosa alguna que fuese mala, si Él, que es
todopoderoso, no pudiese sacar bien del mal.
4. En un mismo
acto contemplamos la iniquidad del hombre y la justicia de Dios
Con esto queda resuelta la otra
objeción, o por mejor decir, ella por si misma se resuelve. La objeción es: si
Dios no solamente usa y se sirve de los impíos, sino que también dirige sus
consejos y afectos, El seria el autor de todos sus pecados; y, por lo tanto,
los hombres son injustamente condenados, si ejecutan lo que Dios ha
determinado, puesto que ellos obedecen a la voluntad de Dios.
Pero ellos confunden perversamente
el mandamiento de Dios con su oculta voluntad, cuando está claro por tantísimos
testimonios, que hay grandisima diferencia entre ambos. Pues, aunque Dios,
cuando Absalón violó las mujeres de su padre, quiso vengar con esta afrenta el
adulterio que David habla cometido (2 Sm, 16,22), sin embargo, no podemos decir
que se le mandó a aquel hijo degenerado cometer adulterio, sino sólo respecto a
David, que Jo había bien merecido, como él mismo lo confesó a propósito de las
injurias de Simei (2 Sm.16, 10).
Porque al decir que Dios le había
mandado que le maldijese no alaba su obediencia, como si aquel perro rabioso
hubiese obedecido al mandato de Dios, sino que reconociendo en su lengua venenosa
el azote de Dios, sufre con paciencia el castigo. Debemos, pues, tener por
cierto que cuando Dios ejecuta por medio de los impíos lo que en su secreto
juicio ha determinado, ellos no son excusables, como si obedecieran al mandato
de Dios, el cual, por lo que hace a ellos, con su apetito perverso lo violan.
Respecto a cómo lo que los
hombres hacen perversamente procede de Dios y va encaminado por su oculta
providencia, hay un ejemplo notable en la elección del rey Jeroboam, en la cual
la temeridad y locura del pueblo es acremente condenada por haber trasgredido
la disposición que Dios había establecido y por haberse apartado deslealmente
de la casa de David. (1 Re. 12,20); y, sin embargo, sabemos que Dios lo había hecho
ungir con este propósito. Y parece que hay cierta contradicción con las
palabras de Oseas, pues en un lugar dice que Jeroboam fue erigido rey sin que
Dios lo supiese ni quisiese; y en otro lugar, dice que "Dios le ha
constituido rey en su furor" (Os. 8,4; 13,11). ¿Cómo concordar estas dos
cosas: que Jeroboarn no fue constituido rey por Dios, y que el mismo Dios le
constituyó rey?
La solución es que el pueblo no
se pudo apartar de la casa de David sin sacudir el yugo que Dios le había
impuesto; y sin embargo, Dios no quedó privado de libertad para castigar de esa
manera la ingratitud de Salomón. Vemos, pues, cómo, Dios sin querer la deslealtad,
ha querido justamente por otro fin una revuelta o Por ello Jeroboam se ve
empujado al reino sin esperarlo, por la unción del profeta. Por esta razón dice
la historia sagrada que Dios suscitó un enemigo que despojase al hijo de
Salomón de una parte de su reino (1 Re. 11, 23).
Considere muy bien el lector estas
dos cosas, a saber; que habiendo deseado Dios que todo su pueblo fuese
gobernado por la mano de un solo rey, al dividirse en dos partes, esto se hizo
contra su voluntad; y, sin embargo, el principio de tal disidencia procedió
también de la misma voluntad de Dios. Pues que el profeta, tanto de palabra
como por la unción sagrada, incitase a Jeroboam a reinar sin que él tuviese tal
intención, evidentemente no sucedió sin que Dios lo supiese, ni tampoco contra
su voluntad, ya que él mismo había mandado que así se hiciese; y, sin embargo,
el pueblo es justamente condenado por rebelde, pues se apartó de la casa de
David contra la voluntad de Dios.
Por esta razón la misma historia
dice que Roboam menospreció orgullosamente la petición del pueblo, que pedía
ser aliviado de sus cargas (1 Re. 12, I S); Y que todo esto fue hecho por Dios,
para confirmar la palabra que había pronunciado por su siervo Ahías. De esta
manera la unión que Dios habia establecido fue deshecha contra su voluntad, y
sin embargo, Él mismo quiso que las diez tribus se apartasen del hijo de
Salomón.
Añadamos otro ejemplo semejante.
Cuando por consentimiento del pueblo, e incluso con su ayuda, los hijos del rey
Acab fueron degollados y su linaje exterminado (2 Re. 10,7). a propósito de
esto con toda verdad dice Jehú que no ha caído en tierra nada de las palabras
de Dios, sino que se había cumplido todo lo que había dicho por medio de su
siervo Elías. Y sin embargo, muy justamente reprende a los habitantes de Samaria,
porque habían contribuido en ello. ¿Sois, por ventura, justos?, dice. Si yo he
conjurado contra mi señor, ¿quién ha dado muerte a todos éstos?
Me parece, si no me engaño, que
he demostrado con suficiente claridad cómo en un mismo acto aparece la maldad
de los hombres y brilla la justicia de Dios; y las personas sencillas se
sentirán siempre satisfechas con la respuesta de san Agustín: "Siendo
así", dice, "que el Padre celestial ha entregado a la muerte a su
Hijo, y que Cristo se ha entregado a sí mismo, y Judas ha vendido a su maestro,
¿cómo es que en este acto de entrega Dios es justo y el hombre culpable, sino
porque siendo uno mismo el hecho, fue distinta la causa por la que se
hizo?".
Y si alguno se siente perplejo por lo que
acabamos de decir, que no hay consentimiento alguno por parte de Dios con los
impíos, cuando por justo juicio de Dios son impulsados a hacer lo que no deben,
acordémonos de lo que en otro lugar dice el mismo san Agustín: "¿Quién no temblará
con estos juicios, cuando Dios obra aun en los corazones de los malos todo cuanto
quiere, dando empero a cada uno según sus obras?".
Ciertamente en la traición de
Judas no hay más razón para imputar a Dios la culpa de haber querido entregar a
la muerte a su Hijo y de haberlo realizado efectivamente, que para atribuir a
Judas la gloria de nuestra redención por haber sido ministro e instrumento de
ella. Por lo cual el mismo doctor dice muy bien en otro lugar, que en este
examen Dios no busca qué es lo que los hombres han podido hacer o qué es lo que
han hecho, sino lo que han querido; de tal manera que la voluntad es lo que se
tiene en cuenta.
Aquellos a los que pareciere esto
muy duro, consideren un poco si es tolerable su desdén y mala condición, pues
ellos desechan lo que es evidente por claros testimonios de la Escritura,
porque supera su capacidad, y llevan a mal que se hable y se publique aquello
que Dios, si no supiese que es necesario conocerlo, nunca habría mandado que lo
enseñasen sus profetas y apóstoles. Pues nuestro saber no debe consistir más
que en recibir con mansedumbre y docilidad, y sin excepción alguna, todo cuanto
se contiene en la Sagrada Escritura. Pero los que se toman mayor libertad para
calumniar, está de sobra claro que, como ellos sin reparo ni pudor alguno
hablan contra Dios, no merecen más amplia refutación.
TOMADO DEL LIBRO INSTITUCIÓN DE LA RELIGIÓN CRISTIANA POR JUAN CALVINO